Siracusa tiene alguna similitud con Trapani en su configuración física: ambas ciudades tienen un saliente puntiagudo en su extremo (Trapani) que en el caso de Siracusa está separado unos metros por una lengua de mar y así Ortigia técnicamente es una isla, aunque sendos puentes, uno muy ancho, hacen que sea inapreciable tal realidad insular. Pero sin desmerecer a Trapani, hay muchas diferencias marcadas por el carácter único de Ortigia, un lugar de impresionante, Patrimonio de la Humanidad desde 2005.
Teníamos reservadas habitaciones en Ortigia, un lugar donde los coches circulan poco, en su inmensa mayoría por la calle perimetral y con muchas dificultades por su dédalo de callejuelas interiores, muy estrechas. Era el Aretusa Vacanze, una antigua y minúscula casa adaptada como B&B no sin trabajo. En su interior unas escaleras sinuosas de cristal y aluminio la engarzaban con otra vecina y así disponía de alguna habitación más. Además, la terraza se había cubierto para tener un lugar muy agradable para los desayunos.
|
Terraza donde se servían los desayunos |
Pero el Aretusa era un sitio muy limpio y bien acondicionado, y Stefano, la persona que nos atendió, muy agradable. Estaba superbien ubicado junto a la fuente de Aretusa en zona de tráfico limitado. La llegada al albergue precisó de cierta logística: siguiendo las instrucciones de Stefano, malaparcamos cerca de la fuente, lo llamamos, nos indicó el camino y parte del grupo llevó el coche a un aparcamiento en las inmediaciones mientras los demás íbamos andando con las maletas. Todo resultó bien y las habitaciones eran muy espaciosas .
Si hay un lugar mágico en Ortigia no es otro que la Piazza del Duomo, totalmente embaldosada y formando un semicírculo imperfecto rodeado de edificios señeros, catedral incluida. Nosotros estábamos prácticamente a dos minutos andando. A lo largo de la historia ha sido el centro de la vida civil y religiosa, y como toda Sicilia y de forma destacada Siracusa-Ortigia, ha sido mucha. Es considerada una de las plazas más bonitas de toda Italia y no es para menos.
En una de las entradas a dicha plaza se encuentra la iglesia de Santa Lucia, destruida, cómo no, en el terremoto de 1693, y reconstruida después con los símbolos de la santa y escudos españoles en su fachada. En nuestro primera paseo por Ortigia la vista de la plaza supuso un impacto, lo que probablemente le ocurrirá a la mayoría de los visitantes.
|
Puerta principal del Duomo |
Desde allí existen opciones de calles por ambos extremos para seguir disfrutando de un recinto limitado, de apenas un kilómetro cuadrado, muchas de ellas completamente peatonales y en cualquier caso todas estrechas, con suelo de piedra, y plagadas de edificios destacados y palacetes. Prácticamente hicimos caminando toda la circunvalación de la isla, encontrándonos también con el castillo Maniace, que se encuentra en la punta.
|
Calle de Ortigia, llena de plantas |
También nos llegamos hasta la fuente Aretusa, muy cerca de nuestro albergue, celebre desde la antigüedad y ligada a la historia de la ciudad.
|
Fuente de Aretusa, caudalosa y dulce pese a estar pegada al mar y llena de papiro en su interior |
En su día este manantial surgía de las murallas que cerraban Ortigia junto al mar, que hoy ya no existen.
Nuestro primer paseo por Ortigia a primera hora de la tarde fue un completo placer, un disfrute para los sentidos. Sin orientarnos, llegamos a la plaza, seguimos por algunas de sus calles interiores y luego al borde litoral, que también recorrimos en su totalidad dado el tamaño de la isla.
|
Momento de descanso en el paseo para seguir diseñando la ruta por Ortigia |
No hace falta insistir en que la isla tiene historia a paladas, como toda Sicilia, y entre los personajes originarios de Siracusa destaca alguien tan especial y relevante como Arquímedes (287 a.C.), el más ilustre físico de la antigüedad, que gozó de inmenso prestigio en vida y por ello es posible que se mezclen datos reales y leyenda sobre su vida.
|
Monumento al número Pi, descubierto por Arquímedes |
En Siracusa dimos por sentado que habría un museo sobre sus descubrimientos y ciertamente lo hay, pero pese a nuestro interés lo dejamos de lado por los comentarios negativos que leímos y que tampoco teníamos mucho tiempo. Preferimos quedarnos con el recuerdo del que unos años antes vimos en Olimpia, muy modesto pero encantador y muy clarificador. Una pena.
Pero la fuente ornamental por excelencia de Ortigia es la de Diana, pese a su relativa juventud.
Diseñada por los Moschetti, padre e hijo, se construyó en diez meses entre 1906/07 precisamente en la plaza de Arquímedes.
El litoral de Ortigia también destaca con edificios magníficos.
Una costumbre de los visitantes es acercarse al litoral Oeste para contemplar la puesta de sol, algo a lo que por supuesto no nos resistimos. Después cenamos en La Medusa, que nos había recomendado Stefano, un local agradable, viandas ricas y precio razonable en un lugar turístico a tope.
|
Observando como salía del puerto un velero enorme |
Y una vez contemplada la isla desde dentro y hacia el exterior en la primera tarde, a la mañana siguiente decidimos salir a Siracusa "tierra firme" (la parte continental, digamos), para conocer su impresionante parque arqueológico. A fin de aprovechar para hacernos una idea de Siracusa, decidimos caminar los tres kilómetros que lo separan de la isla, en lo que quizá no fue una buena idea. Los barrios de la ciudad, fuera de la isla, no tienen especial interés, en algunos casos ninguno, y llegamos al recinto histórico ya cansaditos en un día caluroso.
Antes habíamos desayunado en el Aretusa, que tienen organizado de manera diferente a lo habitual: la tarde anterior te dan un listado de lo que ofrecen, señalas lo que te interesa (no ponen límite) y al día siguiente es lo que te sirven. Digamos que un bufé libre controlado, para mejor organizarse ellos.
Salimos de Ortigia por el puente que la conecta con Siracusa, aunque caminando todo es continuidad, no eres consciente de que sales de una islita.
Y de camino visitamos el mercado sabatino, extenso y bullicioso, donde pudimos hacer alguna compra ya que al día siguiente, domingo, y otros el lunes, finalizábamos el viaje.
Entramos al recinto, al principio un lugar arbolado, algo que agradecimos.
Empezamos por unas maravillas más o menos naturales dentro del parque conocidas como Latomía del Paraíso, con dos puntos de interés: la Cueva de los cordeleros y la Oreja de Dionisio.
En la cueva, los cordeleros, durante siglos y hasta fechas recientes, trabajaban allí ya que la humedad ambiental (por las filtraciones de agua en la roca) facilitaban el trenzado de las cuerdas.
La denominación de Oreja de Dionisio se la dio por primera vez Caravaggio debido a su forma. Es una gruta artificial de 65 metros de longitud y 23 de altura, con una sonoridad especial que permite oír cualquier ruido en su fondo. Su trazado en forma de ese se debe a que los canteros aprovecharon un antiguo curso de agua. Según la tradición, Dionisio (tirano que gobernó la ciudad en los siglos V y IV a.C.) encerraba aquí a sus prisioneros y desde arriba podía escuchar sus conversaciones. Pero más fundamento tiene que servía de caja acústica para efectos sonoros en las representaciones del vecino teatro.
|
El conjunto de cuevas en la pared rocosa y la vegetación conforma un lugar muy atractivo |
En la pared rocosa tras el teatro existen numerosas cuevas, una de ellas con un potente curso de agua producto del desvío de un río.
El teatro griego, por su parte, es uno de los mayores, más perfectos y mejor conservados. Junto con el de Atenas, fue uno de los puntos claves de la dramaturgia griega. Y no es algo solo del pasado: sigue en uso y todos los años en mayo y junio se celebra un conocido festival de teatro, música y danza.
Data del siglo V a.C. y se sabe que fue inaugurado con Los Persas, de Esquilo. Tres siglos después fue reformado para darle su aspecto actual, aunque en la época romana hubo otros cambios para adaptarlo a su afición por los espectáculos circenses.
No estábamos solos, ni mucho menos, cuando antes de finalizar nos dirigimos al anfiteatro romano, a tan solo unos cientos de metros.
En muy deficiente estado de conservación, tiene forma elíptica y en su origen fue un edificio grandioso, solo superado por el Coliseo de Roma, la Arena de Verona y El Jem de Tunez.
De 70 por 40 metros, sobre algunos asientos hay inscripciones con el nombre de los propietarios de la localidad. La parte inferior está directamente excavada en la roca, pero debido a su mala calidad fue recubierta por losas que han desaparecido. Mucha de la piedra empleada en su construcción se utilizó durante siglos para la construcción de iglesias.
|
Descanso tras la visita antes de decidir el resto de la actividad del día |
Acabado el recorrido, en el que coincidimos con una simpática excursión de sociables estudiantes austríacos de unos doce años, optamos por una solución conservadora para proseguir: tomamos el autobús turístico que recorre la ciudad, Ortigia incluida, con paradas en los puntos principales. En Siracusa ratificamos que la ciudad, de unos 125.000 habitantes, no tiene mucho interés y en Ortigia ya habíamos estado en los lugares señalados. Misión cumplida.
Así que dimos los últimos paseos por la encantadora islita de Ortigia, donde algunos aprovechaban el día caluroso para refrescarse en el mar desde unas rocas.
Por último, acudimos a presenciar la puesta de sol antes de abandonar Ortigia (y la mitad del grupo Sicilia a la mañana siguiente; el resto, el lunes). Tomamos unos combinados con los que por primera vez nos sirvieron unas tapas de cortesía dignas de tal nombre. Luego, cena en otro restaurante, esta vez en la calle, estrecha y con gente circulando a nuestra espalda, sin problema, y a preparar la maleta para decir adiós a esta isla tan especial y que acumula más historia que muchos países enteros, y de la que nos llevamos un recuerdo imborrable.