jueves, 13 de octubre de 2022

2) Cefalú merece un brindis

Tras la etapa de Catania, iniciamos el recorrido periférico de la isla cara al norte, con parada y noche en Cefalú y alguna detención breve en otros lugares antes de recalar en Palermo. Todo fue según lo previsto salvo Cefalú, que resultó una de esas sorpresas que saltan en los viajes cuando menos se sospecha y los convierten en algo todavía más interesante.
Arenal en Mesina desde el que se ve, tan cerca, y tan lejos, la vecina península italiana

Acercarse a la punta de Mesina tenía algo de simbólico. Es el lugar donde Sicilia e Italia están más próximos, casi a tiro de piedra, apenas tres kilómetros. Podría tratarse de una ría y de hecho los proyectos para la construcción de un puente que termine con la insularidad siciliana se han sucedido, pero nunca ejecutado, y ahora mismo digamos que no están en la recámara. Viniendo de Galicia, nos recordó el puente de Arousa (dos kilómetros) que igualmente acabó con la insularidad de esta isla, pero salvando las distancias: Sicilia vendría a ser casi como Galicia entera y cinco millones de habitantes y Arousa siete kilómetros cuadrados y 5.000 vecinos.


Torre Faro, en esta punta, señala a los barcos la línea de la costa siciliana en este canal tan estrecho.

Muy cerca se encuentra una torre metálica de gran altura, con su par en la parte continental. Hasta 1992 soportaban el tendido de la línea eléctrica, que ese año fue sustituido por un cable submarino. La altura, obviamente, buscaba permitir el paso de barcos de gran porte.


Este plano permite visualizar la escasa distancia que separa la mayor isla del Mediterráneo del continente. No sabemos si tuvo que ver  con la no construcción del puente, pero el día que estuvimos allí la corriente era muy fuerte, exagerando un poco casi semejaba la de un río de montaña tras una tormenta. 


Era una jornada soleada y ventosa, y durante un rato dimos un paseo por el arenal imaginando lo que podría significar en la vida en la isla  que un  puente como el que en su día se planificó (cuatro carriles para vehículos y dos para ferrocarril) hubiera sido construido. Obviamente, avanzado el siglo XXI dicha infraestructura forzosamente debería contar con carriles para bicicletas y peatones, pero lo cierto es que durante nuestra estancia no vimos ni escuchamos alusión alguna a la conveniencia de construir dicho puente.

Torre Faro es también el nombre de la localidad situada en el estrecho de Mesina


Mientras nos movíamos en coche por esta zona pasamos por dos lagos (Piccolo y Ganzirri) muy próximos al mar y plagados de esa especie de flotadores de la imagen, que nos llamaron la atención.


Puestos a investigar, descubrimos que se utilizan para el cultivo de mejillones, algo así como las bateas de las rías de Galicia pero a pequeña escala. El mejillón que se obtiene es de menor tamaño que el gallego y este sistema al parecer se utiliza en algunos puntos del Mediterráneo español, concretamente en el delta del Ebro y en Valencia, donde a estos mejillones se les denomina clóchina.


Al tratarse de cultivos marinos el agua de estas lagunas forzosamente es salada, algo previsible dada la escasa distancia a la que se encuentran el mar. Esta proximidad se aprecia con claridad en la imagen de Google Maps.

Monumento al almirante Luigi Rizzo, nacido en Milazzo y héroe de la primera guerra mundial.

Seguimos viaje en dirección a Palermo (240 km desde Catania por la ruta elegida) y pese a la distancia dejamos la autopista para conocer Milazzo, un cabo alargado que destaca en la costa norte siciliana, especialmente como punto de partida de los ferris que dan servicio a las islas Eolias.


Cuenta con algo más de 30.000 habitantes y por su peculiar configuración tiene el mar por ambos lados.


Dimos una larga vuelta por su paseo marítimo, agradable y cuidado, y antes de marcharnos nos refrescamos en un bar, que el día era caluroso.


Nos sorprendió esta forma de presentar los helados, que luego veríamos en otros lugares. El doble cono tiene como finalidad evitar que el helado derretido manche las manos.  

Villa de Vescovo, el B&B donde pasamos la noche en Cefalú

Y desde Milazzo ya directos por la autopista hasta Cefalú, donde teníamos reservadas habitaciones (solo tiene siete) en la Villa del Vescovo (Villa del Obispo), situada en la periferia y con más de dos siglos de historia. Fueron unas horas agradables disfrutando un paisaje verde, con montañas a un lado (o debajo de ellas, ya que los túneles se encadenan) y el mar al otro. Un gustazo. Como contrapartida, en numerosos puntos de la autopista estaba anulado un carril mediante la colocación de barreras de conos. Duraban un kilómetro o dos, y al rato volvía a repetirse la merma de carriles. Como no había obras, nos quedamos sin saber a que se debía semejante latazo.

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Vista desde el Villa de Vescovo, con el peñasco en forma de cabeza que corona Cefalú

Una de las habitaciones de la Villa del Vescovo, todas excelentes


Como antigua residencia de un jerarca, la villa es un palacete rodeado de una amplio pinar. Siguiendo el consejo del encargado, bajamos a Cefalú caminando en un descenso agradable que implicó atravesar la vía del ferrocarril, sin problema. De regreso, claro, lo mismo pero de subida.


Durante el trayecto no veíamos el pueblo  ni el peñasco, pero era lo recomendado para, una vez abajo, toparnos con una vista impresionante, como la de la imagen superior.


Según te vas acercando a Cefalú se produce un  extraño proceso: da la sensación de que el pueblo va encogiendo mientras el peñasco parece crecer. Desde luego, es una imagen espectacular. Y una vez recorrido el pueblo, lo que hicimos a continuación, sentimos que habíamos acertado al haber incluido Cefalú en la ruta .


Y no es que Cefalú sea un lugar olvidado. En verano está totalmente masificado por visitantes que buscan la playa en un entorno magnífico.


De camino al centro, hicimos una pequeña parada para disfrutar de los aparatos para hacer ejercicio, destinados a adultos. 


La larga playa de arena que nos acerca al pueblo llega hasta el mismo borde de la población, que obviamente fue construida encima. De esta forma nos introducimos en la parte antigua y empezamos a recorrer unas hermosas calles estrechas llenas de vida.


Con tranquilidad recorrimos sus viales, apacibles pero muy animados en esta jornada vespertina de octubre.


Sin saber de su existencia, encontramos un antiguo lavadero medieval perfectamente conservado, encajonado entre varios edificios junto a una de sus calles principales, un lugar de especial quietud donde corre el agua que desemboca en el cercano mar. El agua proviene del río Cefalino, que discurre varios kilómetros de forma subterránea hasta allí.


En su pequeño puerto se rodaron algunas escenas de la famosa película Cinema Paradiso, como allí se recuerda.


Y en este paseo, coincidimos en la muralla con el reportaje fotográfico de una pareja recién casada, a los que ni mucho menos molestó que un grupo de turistas observara con interés el proceso de inmortalizar su día. Al contrario, el fotógrafo decidió inmortalizarnos también a nosotros con su cámara y los novios agradecieron el interés después de nuestra sonora felicitación.


Con un estado de ánimo muy positivo tras descubrir un Cefalú que nos había impresionado, llegamos a la plaza de la catedral, en cuyas escaleras descansamos. Teníamos enfrente el edificio del actual Ayuntamiento, antiguo monasterio de Santa Caterina, que generó un cierto debate sobre el resultado de la transformación pues en el grupo no había unanimidad.


La plaza, la principal de Cefalú, es un lugar tranquilo pese a estar repleto de terrazas.


Hubiéramos visitado la catedral, un enorme volumen arquitectónico sensiblemente elevado sobre el resto del pueblo y ya muy próximo al peñasco que identifica Cefalú, pero estaba cerrada. Importante monumento normando, data del siglo XII y está declarada patrimonio de la humanidad desde 2015. También es cierto que el día estaba declinando y que no es lógico que adapten sus horarios para viajeros vespertinos de última hora. Quedó pendiente, y no fue lo único.


Llegada la hora de la cena elegimos un restaurante de la calle que conecta el puertecito con la catedral atestada de locales, bastantes cerrados. Nos conquistó la oferta en castellano del joven encargado de uno de ellos, pero al final resultó muy diferente lo ofrecido de lo recibido y encima estábamos en la terraza y se puso a llover. Así que rematamos por la vía rápida y pusimos pies en polvorosa. Completamos una cena mejorable con un postre de pistacho en una terraza (había dejado de llover) de la plaza de la catedral.


Y después, ya noche cerrada, solo nos quedaba regresar a la antigua casa del obispo caminando, y en este paseo encontramos callejas tan encantadoras como la de la imagen.


A la  mañana, exultantes tras el resultado de la tarde anterior en Cefalú, dejamos la Villa del Vescovo con una perfomance de aficionados y pusimos rumbo a Palermo.

Antes de marcharnos, dirigimos un último vistazo al peñasco que hace diferente a Cefalú y valoramos que, de volver a Sicilia, uno de los motivos sería repetir esta visita, ampliada para escalar la montañita. Esta vez no nos lo planteamos por falta de tiempo, y bien que lo lamentamos. 

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