Aterrizamos en Catania la tarde del domingo 9 de octubre con el objetivo de descubrir Sicilia a lo largo de dos semanas. Lo primero que hicimos fue tomar posesión del vehículo reservado, que resultó una flamante furgoneta Mercedes Vito de 9 plazas con solo 5.000 km, un lujo para solo seis viajeros. A lo largo de la estancia en la isla italiana comprobaríamos que era una furgo muy popular para uso turístico.
Casa di Pippinito, nuestro primer alojamiento |
Del aeropuerto, ya de noche, fuimos a localizar nuestro alojamiento para las primeras tres jornadas. Se trataba de la Casa di Pippinito, un bed and breakfast en Santa Venerina, a unos treinta kilómetros de Catania. Resultó una finca de varias hectáreas en la que han rehabilitado viviendas de antiguos campesinos para poner en servicio cinco habitaciones, todas amplísimas, y con espacio para más, un lugar muy acogedor. En el terreno cultivan fruta, especialmente cítricos.
Su propietario, Cesare, además de persona sociable resultó un apasionado del camino de Santiago, y al mes siguiente, cuando acabara la temporada del Pippinito, pensaba hacer el camino portugués. Hablamos con él del tema ya que alguna experiencia tenemos.
A la mañana siguiente nos sorprendió con un desayuno amplio, variado, generoso, que completó con unas tortillas espectaculares que nos presentaba recién hechas cuando estábamos en faena, o sea, calentitas. Un gustazo con fruta, ensalada, bollería y pan del día, fiambre, café, mermeladas, de todo lo que puedas esperar en un brunch de calidad.
La noche anterior, Cesare nos había recomendado un par de sitios para cenar por la zona y, recién llegados, elegimos el más cercano, la Antica Pizzeria Napolitana. Acierto total: un local auténtico con toques de modernidad donde degustamos la mejor capponata del viaje, pizza y una ensalada bastante especial en un cuenco de pan. Una pasada.
De manera sorprendente, habíamos llegado a Sicilia en una semana con previsión de lluvia, que se cumplió. Fueron varios días de chubascos que no obstaculizaron nuestra actividad viajera, ni nos molestó ya que por lo que nos dijeron era agua más que necesaria después de muchos meses de sequía. Viniendo de una Galicia sedienta tras un verano tropical pero seco, casi disfrutamos de la lluvia.
Para nuestro primer día elegimos trastear por Catania, como primer objetivo su mercado al aire libre, que cerraba a la una. Por tanto, salimos de inmediato tras desayunar. Debido a la lluvia, los puestos estaban tapados con plásticos y toldos, como el día requería, pero el público no le había dado la espalda. Había oferta variada, fruta, verdura, carne y mucho pescado, con las dificultades de movimiento que imponían los paraguas, pero animado a fin de cuentas.
Calle del mercado de Catania decorada con paraguas en un día lluvioso |
Desde el mercado nos dirigimos andando a la vía Etnea, la principal avenida de Catania (la segunda ciudad de Sicilia con 330.000 habitantes). Una parte del camino discurre junto al muro de la vía del tren que secciona la ciudad. Es un área bastante degradada y evidentemente sucia, como de patio trasero. El panorama decadente se transforma al alcanzar la vía Etnea, denominada así porque se ve el monte Etna (siempre que el día esté despejado, lo que no era el caso): sus tres kilómetros de longitud dividen la urbe y en gran parte es peatonal, o casi, ya que sigue habiendo diferencia física entre calzada y aceras y algunos coches, pocos, circulan.
Estatua del elefante, junto al palacio de los Elefantes (Ayuntamiento), símbolo de Catania |
Caminando por esta avenida fuimos descubriendo la parte central de la ciudad. Además del Duomo, la universidad, edificios señoriales y palacetes, muchos de ellos albergando en sus bajos una colección de tiendas selectas. Está declarada Patrimonio de la Humanidad desde 2002.
Restos del teatro romano al lado de la vía Etnea, en su mayor parte cubierto por los edificios |
Cerca del Ayuntamiento se encuentran los restos del teatro romano, levantado a su vez sobre un anterior teatro griego del siglo VI antes de Cristo. Entre otras desgracias, el mármol que lo recubría fue arrancado para construir la catedral.
Sin buscar nada concreto, se nos apareció de repente el castillo Ursino, fortaleza de planta cuadrada que en sus orígenes estaba situada junto al mar, algo que ahora no ocurre. Sus promotores nunca imaginaron que una masa de lava (1693) iba a rellenar el foso y alejar la costa, lo que echó por tierra su finalidad militar y defensiva. Eso si, como había sido levantado en los siglos XIII/XIV, durante varias centurias estuvo operativo con su objetivo inicial. Este castillo-palacio fue residencia de los reyes de la Casa de Aragón durante dos siglos.
En fechas recientes ha sido restaurado y actualmente alberga el museo de la ciudad. En su calidad de tal lo recorrimos comprobando que sus muros de dos metros de grosor siguen siendo espectaculares. Como museo (pintura, cerámica, restos de todo tipo encontrados en la zona) nos dejó buen recuerdo, pero sin exagerar, aunque algunas de las obras pictóricas y retratos que alberga nos parecieron de gran nivel.
Ya al final del viaje, tres de los viajeros tuvieron la oportunidad de disfrutar de Catania un día más. Sin lluvia, con un tiempo veraniego, pudieron ampliar su visión de la ciudad, por ejemplo de noche.
Magnífica vista nocturna del Duomo y el monumento del elefante. |
Igualmente descubrieron que a no demasiada distancia del teatro se encuentra el anfiteatro romano, en su momento con una capacidad estimada de 16.000 espectadores. También ha sufrido con el paso de los siglos, ya que muchas de sus piedras fueron reutilizadas en otros edificios.
En un día despejado, como el que disfrutaron los que se quedaron un día más, se ve el Etna desde la calle Etnea |
Callejear por una ciudad como Catania es un placer en si mismo, al margen de los muchos atractivos de la única urbe que por su tamaño puede hacer sombra a Palermo.
Pequeño castillo sobre una mole de basalto en Aci Castello |
Cuando nos cansamos de patear la ciudad pusimos rumbo a los alrededores, concretamente a las tres poblaciones costeras de la parte norte cuyos topónimos lucen el término Aci: Aci Castello, Aci Treza y Acireale, aunque en realidad son siete las poblaciones con Aci que alude a un río local cubierto por la lava del Etna.
Al fondo, una imagen del malvado Polifemo en Aci Trezza |
La leyenda, sin embargo, se lee de otra manera: Un pastor que se llamaba Aci amaba a la ninfa Galatea, que le correspondía. Pero Polifemo, celoso, lo mata y lo despedaza y arroja las distintas partes de su cuerpo por la zona, cayendo cada una en un sitio distinto: los pueblos que llevan al prefijo con su nombre. Galatea queda sumida en la desesperación y los dioses deciden crear un río para que Aci y ella pudieran reunirse en el mar.
En la práctica, lo que fueron poblaciones independientes y en algún caso pueblecitos de pescadores son ya extrarradio de Catania y lugares de veraneo.
Los peñascos puntiagudos en el mar son uno de sus atractivos. Esta zona se denomina la Rivera de los Cíclopes.
Y es que Polifemo de nuevo, cegado por la huída de Ulises, se habría pillado tal cabreo que no se le ocurrió otra cosa que dedicarse a tirar piedras al mar, pero unos piedrolos tan grandes que solo un cíclope como él era capaz de moverlos. Más o menos, este fue el resultado.
Acireale ya es otra cosa. Con algo más de 50.000 habitantes es una ciudad con personalidad propia y una importante dotación de palacios e iglesias que prueban su esplendor histórico.
Su plaza central, con este llamativo pavimento formando círculos, es de gran belleza, con la catedral al fondo y el Ayuntamiento a la derecha. Llegamos aquí con el sol declinando y después de un día de movimiento constante, pero todavía pudimos disfrutar un rato de su zona centro.
Otra iglesia junto a la plaza del Duomo cuenta con una torre a la que se puede acceder y desde allí disfrutar del interior del templo...
... y también de una vista aérea de la ciudad desde su campanario, tras subir por una escalera de casi cien peldaños. Después de callejear por la ciudad terminamos en una pizzeria cuyo principal activo eran unas maravillosas vistas que tuvimos que disfrutar con nocturnidad.
EL ETNA Y TAORMINA
El volcán Etna, 3.350 metros, en cuya falda se sitúa Catania, es una visita obligada y también está declarado patrimonio de la humanidad. Nos planteamos subir e incluso utilizar el funicular que te lleva al lugar más alto permitido, pero solo si el día estaba despejado para disfrutar de las vistas, pero las previsiones eran totalmente contrarias. Por este motivo, llegamos con el coche solo hasta el cráter Silvestre, a 1.986 metros de altura, junto al refugio Sapienza.
Pese a la altura y a discurrir ya el mes de octubre, la temperatura era buena y casi calurosa. El paisaje de lava imponía como sucede en todos los entornos volcánicos.
El Etna es un volcán activo y las erupciones se suceden casi cada año, pese a lo cual no se han producido desgracias en tiempos recientes. Mirando hacia atrás, la erupción de 1669 destruyó una parte de la ciudad y no provocó más daños gracias a la urgente implementación de un eficaz sistema de desvío de la lava.
También es una zona de terremotos, aunque el dañino de 1693 queda ya un poco lejos. Ese movimiento sísmico destruyó la ciudad, posteriormente reconstruida en el estilo barroco que ahora conocemos. Ajenos a tanta desgracia, disfrutamos de un paseo por el borde del cráter bajo un agradable sol otoñal en completa tranquilidad.
A continuación, descendimos la carretera empinada y con curvas que nos había llevado a media altura del Etna para dirigirnos a Taormina, visita obligada y uno de los puntos emblemáticos de la isla. Para situarnos, es una pequeña población de algo más de diez mil habitantes en la costa norte de Catania, pero no junto al litoral sino a 200 metros de altura desde donde se domina el mar y la famosísima Isola Bella.
De hecho, una de las vías de acceso a esta antiquísima población es un funicular, siempre que al visitante no le importe caminar un poco y así evitar la pesadez de buscar aparcamiento en un lugar en el que escasea.
Como valor añadido, desde el aire se divisa el paisaje de la zona.
Taormina cuenta con el aval de la visita del escritor Guy de Maupassant hace un par de siglos, quien dijo que de estar un solo día en Sicilia este era el sitio imprescindible. También Goethe la calificó de obra maestra del arte y la naturaleza. Por tanto, nos acercamos con las expectativas disparadas y ciertamente nos encantó, aunque sin llegar a esos extremos; al contrario, otros lugares menos señalados (Cefalú, Erice) fueron sorpresas inesperadas, y que decir de maravillas como Ortigia o Ragusa, pero todo esto lo iremos viendo. Lógicamente, otros muchos turistas había tenido la misma idea que nosotros, así que compartimos todos una visita obligada.
La ciudad fue fundada en el año 304 a.c. sobre el monte Tauro, de ahí su nombre. Desde el siglo XIX ha sido un importante centro turístico visitado por ilustres personajes como Nietzsche, Wagner, Truman Capote, Greta Garbo, Ava Gardner....
Restos históricos y su teatro griego aparte, Taormina es una calle de gran belleza, espectacular, destinada al recreo turístico, construida en la ladera de una montaña con lo que su calle principal es plana. Se accede por la puerta de Catania y luego solo cuestión de dejarse llevar por el Corso Umberto.
Gran parte de la responsabilidad de la imagen que ofrece la ciudad corresponde a los árabes, que la reconstruyeron tras haberla destrozado en el siglo X. Caminar por ella transmite serenidad ante tanta belleza, eso sí, procurando no chocarte con otros visitantes, pero a fin de cuentas es algo habitual en depende qué sitios y a veces con menos méritos.
Del Corso Umberto, construido sobre el antiguo trazado viario romano, salen callejones a izquierda y derecha, y para recorrerlos es preciso subir y bajar.
Los visitantes suelen aprovechar la plaza del Duomo (que más que una catedral parece una fortaleza) para tomarse un descanso, recapitular y prepararse para seguir, como fue nuestro caso. Es una placita de tamaño mediano y en gran parte en pendiente. Una fuente con cuatro caños rodeada de escalones a varios niveles permite un rato de tranquilidad, incluso un pequeño refrigerio que poco después tuvimos que ampliar en una terraza cubierta porque, tal y como estaba previsto, cayó un buen chubasco.
Para el final dejamos la visita al teatro griego, aunque en realidad es más bien romano ya que fue reformado en profundidad en el siglo II antes de Cristo. Con 109 metros de diámetro, es el mayor de Sicilia después del de Siracusa.
Como el escenario ha desaparecido, desde las gradas se contempla el litoral marino, conformando una imagen espectacular. Aunque no debía de ser la que contemplaban los taormineses de la época en que el teatro fue el centro de su vida cultural y de ocio, salvo los que ocuparan las gradas más elevadas
A la entrada del teatro, un video se muestra una reconstrucción de lo que pudo ser el teatro en sus tiempo de esplendor. Mediante una sucesión de infografías desnuda su grandeza, el funcionamiento de los toldos que protegían del sol e imagina el recinto al completo. Una chulada de video informativo que no encontramos en ningún otro sitio.
Tras despedirnos de la ciudad con la imagen que se contempla desde el exterior del teatro volvimos a la calle principal camino del funicular.
Dimos así un último vistazo a sus atractivas casas comentando algunas gracietas bien presentadas.
Como todavía teníamos fuerzas decidimos bajar hasta la playa. Vista de cerca tenía menos interés ya que no hay arena y todo son guijarros, pese a lo cual había bastante gente. En uno de sus extremos la Isola Bella. a la que con marea baja se puede pasar con facilidad sin que el agua alcance la rodilla.
Imagen de la playa de Taormina y la isla Bella décadas atrás prácticamente al natural y sin casas |
Era el caso del momento en que allí estuvimos y la isla se convertía en la práctica en una prolongación del litoral.
Satisfechos de la jornada, decidimos autoimortalizarnos en un selfie antes de iniciar el ascenso.
Y es que para llegar a la playa es preciso completar 135 escalones, un esfuerzo para bajar y todavía más al ascender.
Aperitivo-entrante de los más variado de La Bisteccona sobre una bandeja de madera con la forma de Sicilia |
Para retomar fuerzas decidimos cenar en un restaurante en Santa Venerina, el segundo recomendado por Cesare, nuestro anfitrión. Se trataba de La Bisteccona, que resultó bastante bien y desde luego ajustado de precio, 103 euros los seis.