martes, 18 de octubre de 2022

5) Por Selinunte, en un Agrigento amable y Scala dei Turchi

 

Viniendo del yacimiento de Segesta, el de Selinunte impone por sus dimensiones. Es un enorme recinto arqueológico lleno de restos de templos y edificaciones, el más extenso de la civilización griega. De hecho, un pequeño trenecillo eléctrico desplaza a los visitantes por su interior.


Para evitar su degradación. todo este enorme parque arqueológico se encuentra aislado mediante colinas artificiales. Al iniciar su recorrido, los visitantes se acercan caminando a un templo en relativo buen estado, aunque incompleto. Por los alrededores hay paneles informativos que permiten comprender el método constructivo de estas edificaciones cuando se erigieron, más de dos mil años atrás. 


Lo primero que encuentra el visitante es esta hermosura de templo dórico, del que cuatro de sus metopas se hallan en el museo de Palermo. Todos los templos están identificados con letras, pues se ignora la divinidad a la que estaban dedicados. Un terremoto derribó éste y en 1960 fue levantado de nuevo, lo que permite imaginar su esplendor. Para reconstruirlo se empleó la técnica de la anastilosis (que tiene sus detractores), consistente en investigar donde estaba colocada cada piedra por sus engarces, y en caso de faltar alguna se sustituye por otra similar que encaje, aunque no sea la original.


A unos pocos metros del templo dormitan imponentes montones de piedras y restos de columnas, amontonadas sin orden y aparentemente mezcladas.


Tras visitar con rapidez un amplio museo sobre el recinto, el tren chu-chu nos llevó a la otra zona de restos, bastante alejada.


El panorama aquí es muy diferente: no hay prácticamente edificios en pie, salvo un templo y una fila de columnas, el resto son bases de construcciones de todo tipo y piedras caídas. De cuando en cuando, algunos paneles arrojan luz sobre lo que allí existió y reconstruyen virtualmente lo que fue una urbe de primer nivel.


Estamos ya junto al mar y todo es una secuencia de piedras y sillares, algunas componiendo la planta de edificios, escalinatas, restos de las murallas escalonadas que defendían Selinunte y columnas derribadas. Un puzzle imposible de armar, pero aún así imponente. 


Y es que Selinunte fue importante y a la vez desgraciada. Data del siglo VII a..C. y se piensa que su nombre proviene de la palabra selinón (apio), planta endémica en la zona. El comercio marítimo, la agricultura y la cría de caballos fueron la base de sus prosperidad, al parecer incompatible con la de Segesta. Un conflicto entre ambas provocó su destrucción en el 409 a.C. a manos de los cartagineses, aliados de Segesta, y la posterior ejecución de 16.000 defensores mientras otros 5.000 serían convertidos en esclavos. Aunque se reconstruyó, nunca alcanzó el nivel de pujanza anterior. 


Desde Selinunte seguimos por la costa para poco después dirigirnos por primera vez al interior de la isla una veintena de kilómetros. Buscábamos el alojamiento reservado en Sant Angelo Muxaro, en un área de nuevo rural.


Se trataba del Feudo Muxarello, una antigua finca visiblemente reformada. Nos atendió una pareja joven (australiana ella, galés él) que siete años atrás se había alojado allí, hizo amistad con el dueño, se han establecido no muy lejos y ahora le ayudan en la gestión. Su propietario, la familia Ciulla, trabaja esta hacienda agrícola biológica desde hace tres generaciones.


Las instalaciones se encuentran en buen estado y son amplias, y allí hicimos la primera cena. Como nos pareció mejorable, pasamos de repetir y lo hicimos por nuestra cuenta al día siguiente.

Una de las habitaciones de Muxarello

Nuestras habitaciones se encontraban arriba de esta escalera

El paisaje es rural y agreste, muy diferente al costero de la isla. Campos yermos y de labranza, y por supuesto olivos, nos rodeaban, y los pueblos estaban a considerable distancia unos de otros, nada que ver con el litoral. Un lugar tranquilo, sereno, agradable.

Paisaje alrededor de nuestro albergue, el Feudo Muxarello

Al día siguiente empezamos la jornada en Agrigento, cierto es que sin demasiadas expectativas. Se trata de una urbe muchas veces ignorada por los visitantes, que se centran en el relevante Valle de los Templos, y que carece de la monumentalidad de otras ciudades.


El Valle de los Tempos es un importante recinto histórico-arqueológico, pero nosotros decidimos no visitarlo. Preferimos Agrigento tras haber dedicado la jornada anterior a los yacimientos de Segesta y Selinunde. Queríamos conocer Sicilia, pero no dedicar dos días seguidos a los templos y a la historia artística de la época clásica. No somos expertos y los templos empezaban a confundirse en nuestra retina.

Escultura de Andrea Camillieri (comisario Montalbano), nacido en Agrigento

Llegados a Agrigento y superado el cinturón de barrios sin interés, alcanzamos la zona histórica. Es una ciudad de 60.000 habitantes, algo menos que Trapani, y sin conocerla, sin informarse y sin preguntar se llega al área central sin problema. Paseamos por una calle plana y muy larga que bordea la ladera de la colina donde se asienta la urbe, la vía Atenea. Es agradable, hay tiendas y animación, y cada poco encontramos edificios de interés. Pasamos por la sede municipal, un antiguo convento que es a la vez sede del teatro Luigi Pirandello, dramaturgo y escritor natural de Agrigento y premio Nobel de Literatura en 1934.


Por el contrario, las calles y callejas que parten de esta vía central están en pendiente o directamente son escalinatas. 

Esta escalera permitió dibujar un piano

Pero ni mucho menos carecen de interés y a veces incluso han sido decoradas para alegrarlas.



 
Encontramos algunas fotos de décadas atrás, cuando el provinciano Agrigento actual era poco más que un pueblecito.


Finalmente, nos animamos a iniciar la escalada hasta el emplazamiento de la catedral, en la parte más alta. Son varios y muy largos tramos de escaleras, que nos hicieron preguntarnos por la asistencia a un templo tan difícilmente accesible.

Imponente escalinata de la catedral y su torre inacabada

Originaria del siglo XI, ha sufrido numerosos cambios en etapas posteriores, y de hecho su fachada luce una torre del siglo XV nunca terminada. Puede subirse hasta cierta altura por esta torre, lo que da acceso a un balcón sobre la nave central que permite una visión en altura del recinto y disfrutar el artesonado desde cerca.


Recorrimos el interior del templo, amplio y diáfano, con especial atención en la parte derecha del transepto a la capilla gótica de San Gerlando (primer obispo de Agrigento y a quien está dedicado el templo en su conjunto), con un arca de plata supuestamente con sus reliquias. Aquí se accede a una segunda torre por una angosta escalinata que lleva a un balcón para divisar una vista de la ciudad. En el interior de la escalera hay unos ventanucos que permiten ver las piedras colgadas que regulan el mecanismo de un antiguo reloj.
 
Sarcófago lujosamente tallado exhibido en la catedral 
En la siguiente foto se puede ver los alrededores de Agrigento desde la catedral

Finalizado el tour por Agrigento nos dirigimos a conocer una belleza natural en un punto cercano de la costa, la Scala dei Turchi, a unos diez kilómetros.


Se trata de una llamativa montaña blanca, que solo puede verse desde la playa, y para ello hay que descender desde la carretera un montón de escalones, o sea, lo de siempre.


Esta Escalera de los Turcos, en castellano, es una formación rocosa en caliza de color blanco puro que el tiempo ha erosionado formando una especie de escalones. El nombre puede hacer referencia a las incursiones de los piratas sarracenos, erróneamente considerados turcos, que se habrían visto facilitadas por esta escalinata natural para ascender por el acantilado. 


Nos acercamos paseando hasta la Scala pero una valla y un par de vigilantes impedían el paso. Nos conformamos con verla desde la distancia, aunque según supimos después, yendo por el agua se puede acceder ya que el cierre se debe a unos desprendimientos de rocas ocurridos en 2017. 


En cualquier caso, tampoco teníamos especial interés en subir por la Scala, por lo que aprovechamos el momento, y el calor de la jornada, para darnos nuestro primer baño siciliano en el mar. 



Era ya una hora propicia, pasadas las tres de la tarde, por lo que decidimos buscar un sitio para comer. Hicimos como veinte kilómetros por la costa y nos acercamos a San Leone, otro lugar costero que concentra la animación nocturna de Agrigento. Es una zona igualmente turística, con un paseo agradable, que conocimos después de comer, pero el almuerzo resultó problemático. Motivo: que los restaurantes estaban cerrados o no admitían a nadie por la hora tardía. Tras varios intentos fallidos y a punto de tirar la toalla, nos admitieron en el Mirasole, un local agradable junto al pasro marítimo donde nos trataron muy bien.


La estrella de la comida fue un espectacular cus-cús de verdura y pescado que le sirvieron a una de las comensalas en un no menos espectacular plato-barco de más de medio metro, y que además estaba muy bueno. Sin duda, una comida que disfrutamos.


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